El Gobierno de Nicaragua y el Ministerio de Salud de la Federación de Rusia, inauguraron la moderna planta ruso-nicaragüense de biotecnología "Mechnikov", la mejor en su campo de producción e investigación inmunobiológica y epidemiológica de toda Latinoamérica y el Caribe.
La Ministra de Salud de Rusia, Veronika Skvortsova, durante esta inauguración, destacó la historia de las relaciones de amistad y cooperación establecidas entre los Gobiernos del Presidente ruso, Vladimir Putin, y el Presidente nicaragüense, Comandante Daniel Ortega Saavedra.
Manifestó que la construcción de esta moderna fábrica, no se hizo como parte del seguimiento tradicional de las relaciones entre ambas naciones, sino como un desarrollo innovador, que permitirá potenciar las tecnologías de la biomedicina, para eliminar enfermedades mortales como el dengue, chikungunya y la fiebre amarilla.
“No es un secreto que hay una gran cantidad de médicos de la República de Nicaragua, que han estudiado en las universidades médicas de Rusia. Han ampliado sus competencias”, manifestó.
Lleva el nombre de un Nobel de Medicina
Explicó que esta planta lleva el nombre del gran médico ruso, Iliá Mechnikov, Premio Nobel de Medicina, Fisiología e Inmunobiología.
Además, destacó que en base de esta producción de vacunas, se permitirá la transmisión de biotecnología en la biomedicina, y producir vacunas para la influenza, y otros preparados inmunológicos.
“Estamos seguros que el desarrollo de esta producción, va a aportar mucho en la salud no solo de la población de Nicaragua, sino de las familias de otros países centroamericanos y latinoamericanos”, valoró la Ministra de Salud de la hermana Federación de Rusia.
A su vez, agradeció al Presidente de Nicaragua, Comandante Daniel Ortega, y a la compañera Rosario Murillo, quienes han dado seguimiento a todo el proceso de este proyecto junto con los colegas rusos.
Las autoridades del Gobierno de Nicaragua, y la alta delegación de la Federación de Rusia, realizaron un amplio recorrido por las instalaciones de la moderna Planta de Vacunas.
La fábrica de vacunas, se construyó con transferencia de tecnología de punta de la Federación Rusa, y la misma lleva una inversión superior a los 21 millones de dólares (14 millones de capital ruso y 7 millones como contrapartida del Gobierno de Nicaragua).
En un primer momento, en esta planta se producirán 15 millones de vacunas para la influenza, y en 2017, tras su ampliación, se fabricarán productos inmunobiológicos, vacunas contra el cáncer, la fiebre amarilla, el zika y otras epidemias mundiales.
OPS: “La historia nos reafirma”
La Directora de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), doctora Clarissa Etienne, dijo sentirse emocionada de observar lo que se puede lograr cuando existe decisión política y compromiso por la salud.
“Sabemos que este proyecto se ha podido realizar a través de la Cooperación para el Desarrollo entre el Gobierno de Nicaragua y el Gobierno de la Federación de Rusia”, refirió.
En este sentido, dijo que la OPS ha acompañado como lo establece su misión, todo este esfuerzos colaborativo y estratégico.
“El intercambio constante de experiencia entre la Cooperación Horizontal que comparte talentos para innovar en salud y producir cambios”, expresó.
Dijo que en Nicaragua, la OPS ha encontrado un país con un Programa de Inmunización muy sólido, con la inauguración de esta primera planta pública de Centroamérica para la producción de vacunas, la cual también incluye el fortalecimiento de la Autoridad Reguladora Nacional de Medicamentos y Vacunas.
“Felicito esta gran iniciativa. La historia nos reafirma en Nicaragua. Y vemos que la riqueza de nuestros pueblos no se encuentra en su nivel per cápita, sino en la determinación y talento humano, creatividad, innovación para el bienestar”, sostuvo la Directora de la OPS/OMS.
Vacunas serán de calidad y a un bajo costo
Por su parte, el Director del Instituto Nicaragüense de Seguridad Social (INSS), doctor Roberto López, manifestó que para el Gobierno del Frente Sandinista, para el Gobierno del Comandante Daniel Ortega y la Compañera Rosario Murillo, es un gran honor tener la colaboración de Rusia en la creación de este Instituto de Vacunas.
“Estamos muy agradecidos con esta alianza que se ha venido forjando para llevar más salud, bienestar y felicidad al pueblo nicaragüense y pueblos de América Latina y el Caribe”, dijo.
También agradeció el incondicional apoyo de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), que siguiendo el mandato de los Estados miembros, ha continuado trabajando para llevar la salud a los rincones más alejados.
“Las vacunas que vamos a producir en este Instituto tratarán de cumplir con esa meta, que sean de bajo costo y gran calidad. Esto solo se puede lograr, cuando existe la voluntad de dos países hermanos, como Rusia y Nicaragua, junto con el apoyo de la OPS”, valoró.
Instalarán un Centro de Investigación
El director del Instituto de Vacunas y Sueros de San Petersburgo, doctor Víctor Trujin, manifestó que esta planta que se inauguró es la más moderna, y va a contribuir en las metas que han fijado Rusia y Nicaragua en el ámbito de las biotecnologías, lo cual es importante no solo para el desarrollo de las ciencias de Nicaragua, sino para todo el mundo.
“Rusia puede convertirse en el abastecedor de Vacunas de Latinoamericana, pero lo más importante es que la primera base clave ya está construida aquí en Nicaragua”, destacó Trujin, previo a realizar un recorrido por la primera fase de esta gigantesca planta.
En el tercer piso del edificio, se implementará un Centro de Investigación Inmunológica y Epidemiológica que va a estar apoyado directamente por el Ministerio de Salud de Rusia.
Managua, 22 de octubre/2016.
El 19 Digital-NP417231016.
lunes, 14 de noviembre de 2016
La transición de los lagartos a las serpientes
EVOLUCIÓN
La pérdida de las patas se debió a la supresión progresiva del regulador de un gen relacionado con el crecimiento de las extremidades.
Cell
Hace unos 100 millones de años, algunos lagartos evolucionaron al alargar el cuerpo y perder las patas, lo que dio origen a las serpientes. Unos cambios morfológicos tan notables a menudo se asocian a alteraciones en la expresión de ciertos genes y los mecanismos que los regulan. En el caso de las serpientes, el proceso en cuestión se desconocía. De modo que Axel Visel, del Laboratorio Lawrence Berkeley de Estados Unidos, y sus colaboradores fijaron su atención en el gen Sonic hedgehog, que participa en el crecimiento de los miembros, así como en un regulador de este gen, la secuencia promotora ZRS.
Sonic hedgehog y ZRS se hallan presentes en numerosos vertebrados, y una mutación de ZRS a menudo provoca deformidades en las extremidades. Los autores utilizaron el método CRISPR, que permite modificar con precisión el genoma, para estudiar la secuencia promotora ZRS en diferentes especies. Primero sustituyeron en ratones su secuencia ZRS por la correspondiente a los humanos o los peces. Comprobaron así que los ratones desarrollaban patas normales. Pero cuando reemplazaron la secuencia de nucleótidos con la de las serpientes, el crecimiento de los miembros de los múridos se truncó.
Mediante la comparación de los genomas de serpientes con los de otros vertebrados, los investigadores han identificado una deleción de 17 pares de nucleótidos en las primeras. La historia de la pérdida de las patas en las serpientes resulta probablemente compleja, pero la alteración de la función del regulador ZRS sin duda desempeñó un papel clave en ella.
La pérdida de las patas se debió a la supresión progresiva del regulador de un gen relacionado con el crecimiento de las extremidades.
Cell
Hace unos 100 millones de años, algunos lagartos evolucionaron al alargar el cuerpo y perder las patas, lo que dio origen a las serpientes. Unos cambios morfológicos tan notables a menudo se asocian a alteraciones en la expresión de ciertos genes y los mecanismos que los regulan. En el caso de las serpientes, el proceso en cuestión se desconocía. De modo que Axel Visel, del Laboratorio Lawrence Berkeley de Estados Unidos, y sus colaboradores fijaron su atención en el gen Sonic hedgehog, que participa en el crecimiento de los miembros, así como en un regulador de este gen, la secuencia promotora ZRS.
Sonic hedgehog y ZRS se hallan presentes en numerosos vertebrados, y una mutación de ZRS a menudo provoca deformidades en las extremidades. Los autores utilizaron el método CRISPR, que permite modificar con precisión el genoma, para estudiar la secuencia promotora ZRS en diferentes especies. Primero sustituyeron en ratones su secuencia ZRS por la correspondiente a los humanos o los peces. Comprobaron así que los ratones desarrollaban patas normales. Pero cuando reemplazaron la secuencia de nucleótidos con la de las serpientes, el crecimiento de los miembros de los múridos se truncó.
Mediante la comparación de los genomas de serpientes con los de otros vertebrados, los investigadores han identificado una deleción de 17 pares de nucleótidos en las primeras. La historia de la pérdida de las patas en las serpientes resulta probablemente compleja, pero la alteración de la función del regulador ZRS sin duda desempeñó un papel clave en ella.
La victoria de Trump, el legado de Obama, Cuba y América Latina
Olmedo Beluche
Rebelión
La victoria de Donald Trump, contra todo pronóstico, es en gran medida una evaluación del legado político de ocho años de gestión de Barack Obama, por parte de la ciudadanía estadounidense. Desencanto acumulado durante 30 años de neoliberalismo, por gobiernos demócratas y republicanos, cuyo único responsable no es solo Obama, pero cuya administración no cambió un milímetro el curso de la creciente desigualdad social de este capitalismo del siglo XXI.
Parte del voto a Trump corresponde a sectores del electorado con acendrados prejuicios racistas y machistas, pero otra parte de su electorado corresponde a personas que seguramente no comparten completa o conscientemente esos prejuicios, o incluso que los rechazan, pero que usaron ese voto como castigo frente a una crisis social creciente, de la que sin duda Obama tiene responsabilidad. Lo cual se complementa con otro porcentaje de mujeres, negros, latinos, jóvenes que repudian a Trump, pero también lo que la Sra. Clinton representa, esa élite política de Washington que trabaja para Wall Street.
Todos los analistas coinciden que gran parte de los votos a Trump corresponden a trabajadores blancos afectados por la globalización y crisis económica. Política de globalización neoliberal que Obama ha profundizado con multitud de acuerdos de "libre comercio", como los que ha promovido en la Cuenca del Pacifico (TPP) y con Europa (TTIP).
El voto a Trump es una manifestación más de la crisis generalizada de la globalización capitalista neoliberal, que se expresa en fenómenos como, la generalización de la pobreza y desigualdad social, el excepticismo creciente de la gente respecto a los sistemas políticos y sus partidos tradicionales, el deseo generalizado de que las cosas cambien como sea, las migraciones masivas, las guerras civiles permanentes en Medio Oriente, la polarización política en Europa entre extrema derecha e izquierda, los llamados gobiernos "populistas" o "progresistas" de América Latina, el cambio climático, etc.
Crisis agravada por la de 2008, de las "hipotecas basura", que Obama recibió, pero cuyo tratamiento en favor del sistema financiero, inyectándole cientos de miles de millones de dólares, y contra los trabajadores que pagaron la factura con sus impuestos, sino también con sus casas e hipotecas. Mal puede Obama argüir crecimiento económico, si ese crecimiento no significa ni más empleos, ni mejores salarios, sino una pérdida de poder adquisitivo y empobrecimiento generalizado que ha convertido en pesadilla el "sueño americano".
El economista marxista norteamericano, Fred Goldstein, afirma que en la última década el capitalismo yanqui no solo no ha creado nuevos empleos, sino que se han perdido 11 millones de puestos de trabajo, con una caída del ingreso familiar que promedia 6,7%, que supera el 7% entre los latinos y el 10% entre afrodescendientes ("Capitalismo en un callejón sin salida").
La victoria de Obama en 2008 representó un triunfo democrático, en el sentido de que pudo elegirse un presidente de origen afro estadounidense en un país de profundas tradiciones racistas. Pero rápidamente Obama defraudó las expectativas que sus electores pusieron en él. Ni siquiera hizo algún mérito por el inmerecido (perdón por la redundancia) Premio Nóbel de la Paz. Ni cerró la ilegal cárcel de Guantánamo, ni sacó completamente sus garras de Iraq y Afganistán, sino que llevó, junto a su Secretaria de Estado Hillary Clinton, a la barbarie de la guerra a Libia y Siria, y no avanzó ni un solo paso en reconocer los derechos del pueblo palestino. Sus aliados preferidos en la zona: Arabia Saudita, los Emiratos e Israel han financiado al grupo terrorista ISIS o DAESH.
Pese a su promesa de reforma migratoria, la administración de Obama mantuvo una inhumana política de expulsión de inmigrantes latinoamericanos (¡¡2 millones!!) separando familias y dejando niños en el desamparo. Pese a ser un presidente negro, la racista policía norteamericana siguió con la represión y asesinatos injustificados de la que son víctimas principales lo jóvenes de los barrios de mayoría negra. Más de 2 millones de personas, la mayoría pobres, sancionadas por delitos menores y tráfico de drogas, permanecen encarceladas.
En América Latina la política de Obama tuvo como centro el sabotaje sistemático, la conspiración y la promoción de golpes de Estado contra los gobiernos independientes o progresistas surgidos de la crisis del neoliberalismo en la última década. Intentos golpistas fallidos contra Rafael Correa en Ecuador y Evo Morales en Bolivia.
Sospechas acerca de las verdaderas causas de la muerte del presidente Hugo Chávez de Venezuela, y las posibles implicaciones del gobierno norteamericano en ello, e intentos golpistas contra su sucesor, Nicolás Maduro. Golpes de Estado consumados contra Manuel Zelaya en Honduras, Fernando Lugo en Paraguay y Dilma Rousseff en Brasil. Por el contrario, apoyos directos a los gobiernos derechistas neoliberales como Peña Nieto en México, Kucsynski en Perú, Macri en Argentina y Temer en Brasil.
Existen solo dos elementos en que el legado de Obama para América Latina y el Caribe podrían pasar por positivos e históricos: su aval para los Acuerdos de Paz en Colombia y el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con Cuba. Sin embargo, esos legados podrían estar en peligro de retroceder próximamente con el ascenso al poder de Donald Trump.
En cuanto a Cuba, gracias a la mediación del Papa Francisco, se logró el histórico acuerdo para el restablecimiento de relaciones diplomáticas y las negociaciones tendientes a la normalización de relaciones mutuas (incluyendo aspectos comerciales y culturales). Pero incluso en esto Obama ha sido completamente pusilánime, porque si bien él no puede levantar por completo el bloqueo contra Cuba sin apoyo del Congreso, sí puede tomar otra serie de medidas que asegurarían y profundizarían la normalización con Cuba, de modo que haga más difícil que se pierda lo avanzado.
Según una publicación reciente del diario Granma, Obama podría tomar medidas concretas que no requieren aprobación del Congreso como: permitir a Cuba abrir oficinas de turismo en EE UU; permitir exportación de productos norteamericanos a ramas económicas importantes para Cuba como minería, biotecnología y producción petrolera. También podría permitir la importación de productos médicos cubanos a su país, así como la promoción y viaje de ciudadanos de ese país a recibir tratamientos de salud en la isla. Incluso autorizar la apertura de cuentas bancarias en EEUU a entidades cubanas, o inversiones de empresas norteamericanas en las Zonas Especiales.
La ausencia de estas medidas no solo prueban la mediocridad del gobierno liberal demócrata de Obama, que debilita y pone en riesgo lo poco progresivo que deja su "legado histórico", sino que también confirma que el grueso de su política hacia América Latina es claramente contrarrevolucionaria e imperialista, y esa es su verdadero balance histórico, y que en ese objetivo no solo era compartido por su candidata, Hillary Clinton, sino también por Mr. Trump.
Debemos recordar que la política imperialista de Estados Unidos hacia los pueblos latinoamericanos se sostiene invariable, con los Bush, los Clinton, Obama, y ahora con Trump. En ese sentido, no hay diferencias mayores, solo matices, entre demócratas y republicanos. Por ende la lucha bolivariana por nuestra independencia nacional y unidad continental no ha cesado con Obama, ni cesará con Trump.
A lo interno de los Estados Unidos, es público que los resultados electorales ha encendido una alarma generalizada entre amplios sectores de su población. Miles de personas ya han salido a manifestarse en las calles de diferentes ciudades, desde el momento en que supieron los resultados de las elecciones. Como si fuera en cualquier país de Latinoamérica, sus principales preocupaciones están marcadas por la amenaza de perder sus derechos y beneficios conquistados, producto de los nefastos planes anunciados por el magnate republicano, durante la campaña electoral.
Los trabajadores, las mujeres, las minorías, los inmigrantes, los jóvenes, "no son mancos" (como decimos en Panamá), y sabrán salir a luchar y defender sus derechos frente a las medidas impopulares del próximo gobierno. Ya lo han demostrado los miles que han salido a las calles en Estados Unidos desde que se supo el resultado de las elecciones. En este contexto, la última palabra no la tiene Donald Trump, ni el aparato político militar de Washington, sino la lucha de clases, tanto interna como a nivel internacional, que es lo que verdaderamente mueve el piso a este sistema capitalista, excluyente y explotador .
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
Rebelión
La victoria de Donald Trump, contra todo pronóstico, es en gran medida una evaluación del legado político de ocho años de gestión de Barack Obama, por parte de la ciudadanía estadounidense. Desencanto acumulado durante 30 años de neoliberalismo, por gobiernos demócratas y republicanos, cuyo único responsable no es solo Obama, pero cuya administración no cambió un milímetro el curso de la creciente desigualdad social de este capitalismo del siglo XXI.
Parte del voto a Trump corresponde a sectores del electorado con acendrados prejuicios racistas y machistas, pero otra parte de su electorado corresponde a personas que seguramente no comparten completa o conscientemente esos prejuicios, o incluso que los rechazan, pero que usaron ese voto como castigo frente a una crisis social creciente, de la que sin duda Obama tiene responsabilidad. Lo cual se complementa con otro porcentaje de mujeres, negros, latinos, jóvenes que repudian a Trump, pero también lo que la Sra. Clinton representa, esa élite política de Washington que trabaja para Wall Street.
Todos los analistas coinciden que gran parte de los votos a Trump corresponden a trabajadores blancos afectados por la globalización y crisis económica. Política de globalización neoliberal que Obama ha profundizado con multitud de acuerdos de "libre comercio", como los que ha promovido en la Cuenca del Pacifico (TPP) y con Europa (TTIP).
El voto a Trump es una manifestación más de la crisis generalizada de la globalización capitalista neoliberal, que se expresa en fenómenos como, la generalización de la pobreza y desigualdad social, el excepticismo creciente de la gente respecto a los sistemas políticos y sus partidos tradicionales, el deseo generalizado de que las cosas cambien como sea, las migraciones masivas, las guerras civiles permanentes en Medio Oriente, la polarización política en Europa entre extrema derecha e izquierda, los llamados gobiernos "populistas" o "progresistas" de América Latina, el cambio climático, etc.
Crisis agravada por la de 2008, de las "hipotecas basura", que Obama recibió, pero cuyo tratamiento en favor del sistema financiero, inyectándole cientos de miles de millones de dólares, y contra los trabajadores que pagaron la factura con sus impuestos, sino también con sus casas e hipotecas. Mal puede Obama argüir crecimiento económico, si ese crecimiento no significa ni más empleos, ni mejores salarios, sino una pérdida de poder adquisitivo y empobrecimiento generalizado que ha convertido en pesadilla el "sueño americano".
El economista marxista norteamericano, Fred Goldstein, afirma que en la última década el capitalismo yanqui no solo no ha creado nuevos empleos, sino que se han perdido 11 millones de puestos de trabajo, con una caída del ingreso familiar que promedia 6,7%, que supera el 7% entre los latinos y el 10% entre afrodescendientes ("Capitalismo en un callejón sin salida").
La victoria de Obama en 2008 representó un triunfo democrático, en el sentido de que pudo elegirse un presidente de origen afro estadounidense en un país de profundas tradiciones racistas. Pero rápidamente Obama defraudó las expectativas que sus electores pusieron en él. Ni siquiera hizo algún mérito por el inmerecido (perdón por la redundancia) Premio Nóbel de la Paz. Ni cerró la ilegal cárcel de Guantánamo, ni sacó completamente sus garras de Iraq y Afganistán, sino que llevó, junto a su Secretaria de Estado Hillary Clinton, a la barbarie de la guerra a Libia y Siria, y no avanzó ni un solo paso en reconocer los derechos del pueblo palestino. Sus aliados preferidos en la zona: Arabia Saudita, los Emiratos e Israel han financiado al grupo terrorista ISIS o DAESH.
Pese a su promesa de reforma migratoria, la administración de Obama mantuvo una inhumana política de expulsión de inmigrantes latinoamericanos (¡¡2 millones!!) separando familias y dejando niños en el desamparo. Pese a ser un presidente negro, la racista policía norteamericana siguió con la represión y asesinatos injustificados de la que son víctimas principales lo jóvenes de los barrios de mayoría negra. Más de 2 millones de personas, la mayoría pobres, sancionadas por delitos menores y tráfico de drogas, permanecen encarceladas.
En América Latina la política de Obama tuvo como centro el sabotaje sistemático, la conspiración y la promoción de golpes de Estado contra los gobiernos independientes o progresistas surgidos de la crisis del neoliberalismo en la última década. Intentos golpistas fallidos contra Rafael Correa en Ecuador y Evo Morales en Bolivia.
Sospechas acerca de las verdaderas causas de la muerte del presidente Hugo Chávez de Venezuela, y las posibles implicaciones del gobierno norteamericano en ello, e intentos golpistas contra su sucesor, Nicolás Maduro. Golpes de Estado consumados contra Manuel Zelaya en Honduras, Fernando Lugo en Paraguay y Dilma Rousseff en Brasil. Por el contrario, apoyos directos a los gobiernos derechistas neoliberales como Peña Nieto en México, Kucsynski en Perú, Macri en Argentina y Temer en Brasil.
Existen solo dos elementos en que el legado de Obama para América Latina y el Caribe podrían pasar por positivos e históricos: su aval para los Acuerdos de Paz en Colombia y el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con Cuba. Sin embargo, esos legados podrían estar en peligro de retroceder próximamente con el ascenso al poder de Donald Trump.
En cuanto a Cuba, gracias a la mediación del Papa Francisco, se logró el histórico acuerdo para el restablecimiento de relaciones diplomáticas y las negociaciones tendientes a la normalización de relaciones mutuas (incluyendo aspectos comerciales y culturales). Pero incluso en esto Obama ha sido completamente pusilánime, porque si bien él no puede levantar por completo el bloqueo contra Cuba sin apoyo del Congreso, sí puede tomar otra serie de medidas que asegurarían y profundizarían la normalización con Cuba, de modo que haga más difícil que se pierda lo avanzado.
Según una publicación reciente del diario Granma, Obama podría tomar medidas concretas que no requieren aprobación del Congreso como: permitir a Cuba abrir oficinas de turismo en EE UU; permitir exportación de productos norteamericanos a ramas económicas importantes para Cuba como minería, biotecnología y producción petrolera. También podría permitir la importación de productos médicos cubanos a su país, así como la promoción y viaje de ciudadanos de ese país a recibir tratamientos de salud en la isla. Incluso autorizar la apertura de cuentas bancarias en EEUU a entidades cubanas, o inversiones de empresas norteamericanas en las Zonas Especiales.
La ausencia de estas medidas no solo prueban la mediocridad del gobierno liberal demócrata de Obama, que debilita y pone en riesgo lo poco progresivo que deja su "legado histórico", sino que también confirma que el grueso de su política hacia América Latina es claramente contrarrevolucionaria e imperialista, y esa es su verdadero balance histórico, y que en ese objetivo no solo era compartido por su candidata, Hillary Clinton, sino también por Mr. Trump.
Debemos recordar que la política imperialista de Estados Unidos hacia los pueblos latinoamericanos se sostiene invariable, con los Bush, los Clinton, Obama, y ahora con Trump. En ese sentido, no hay diferencias mayores, solo matices, entre demócratas y republicanos. Por ende la lucha bolivariana por nuestra independencia nacional y unidad continental no ha cesado con Obama, ni cesará con Trump.
A lo interno de los Estados Unidos, es público que los resultados electorales ha encendido una alarma generalizada entre amplios sectores de su población. Miles de personas ya han salido a manifestarse en las calles de diferentes ciudades, desde el momento en que supieron los resultados de las elecciones. Como si fuera en cualquier país de Latinoamérica, sus principales preocupaciones están marcadas por la amenaza de perder sus derechos y beneficios conquistados, producto de los nefastos planes anunciados por el magnate republicano, durante la campaña electoral.
Los trabajadores, las mujeres, las minorías, los inmigrantes, los jóvenes, "no son mancos" (como decimos en Panamá), y sabrán salir a luchar y defender sus derechos frente a las medidas impopulares del próximo gobierno. Ya lo han demostrado los miles que han salido a las calles en Estados Unidos desde que se supo el resultado de las elecciones. En este contexto, la última palabra no la tiene Donald Trump, ni el aparato político militar de Washington, sino la lucha de clases, tanto interna como a nivel internacional, que es lo que verdaderamente mueve el piso a este sistema capitalista, excluyente y explotador .
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
Trump, el preferido de Clinton
Santiago Alba Rico
Cuarto Poder
Es difícil añadir nada nuevo a algunos de los excelentes análisis que desde la izquierda se vienen haciendo estos días en torno al triunfo de Trump en las elecciones estadounidenses del pasado martes; nada, desde luego, al marco interpretativo general, orientado a tratar de entender -y no a despreciar- los motivos del votante republicano. Me gustaría sólo recordar algunos datos muy elementales para desplazar la mirada hacia arriba, lejos de las urnas, en dirección al lugar que ocupan los candidatos, ese lugar donde -en EEUU y en Europa- se están produciendo los verdaderos cambios.
Recordemos, por ejemplo, que el 37% del ya reducido censo electoral estadounidense no ha votado.
Que Trump ha ganado el voto electoral pero no el popular; es decir, que va a ser presidente de los EEUU con menos votos que su rival.
Que Trump ha obtenido menos votos que otros candidatos republicanos derrotados en comicios anteriores. Pensemos, por ejemplo, en los casos de McCaine en 2008 y de Romney en 2012.
Que la mayor parte de los votantes ha votado a uno de los dos partidos tradicionales en un país donde sólo formalmente es posible llegar a la Casa Blanca desde fuera del bipartidismo centenario dominante. Que Trump era, por tanto, el candidato de los republicanos como Clinton la candidata de los demócratas y que gran parte del voto estadounidense va rutinariamente destinado a una de las dos marcas, con independencia de quién las represente.
Que no es cierto -o no del todo- que el voto a Trump refleje una “revuelta de los pobres”. Según las estadísticas, del 17% de votantes cuyos ingresos son inferiores a 30.000 dólares, el 53% habría votado a Clinton y sólo el 41% a Trump; una distribución muy parecida se registra en la franja de población (19%) con ingresos inferiores a 50.000 dólares. Trump gana precisamente en todos los tramos económicos superiores, donde el resultado, por lo demás, es muy equilibrado. Gana también entre los blancos, hombres y mujeres (63% y 53% respectivamente), mientras pierde entre los no blancos, cuyas condiciones sociales son menos favorables (sólo han votado republicano un 12% de negros y un 35% de latinos, algunos más, en todo caso, que en las elecciones ganadas por Obama). Si hay una “revuelta” es la de los blancos trabajadores pobres de zonas rurales, “revuelta” que, más que autorizar una lectura tradicional de “clase”, expresa una fractura cultural no desdeñable -dirá la socióloga Arlie Rusell Hochschild– entre la derecha pobre estadounidense y el Estado del que depende. En un libro de título muy elocuente (Extranjeros en su propia tierra: ira y luto en la derecha americana) Hochschild describe con detalle la situación en Louisiana, donde los blancos más castigados por la crisis, beneficiarios de subsidios estatales, se sienten despreciados por las clases urbanas liberales, también blancas, que les habrían cortado el acceso al “sueño americano” (en favor de los negros o los latinos) y además condenarían sus relaciones familiares, sus creencias religiosas y hasta su forma de comer.
Digamos, por tanto, que la crisis, y la respuesta de los poderosos, ha agravado una fractura cultural ya existente que no ha afectado, sin embargo, al sistema de partidos ni a la distribución del voto. La lección que yo extraería de la victoria de Trump -y de la extensión del destropopulismo en el mundo entero- no es la de que los trabajadores y clases medias empobrecidas prefieren el fascismo; lo que se ha desplazado hacia la derecha no es el electorado sino los dirigentes y sus partidos. Podemos afirmar sin vacilaciones que en las elecciones del pasado martes, en el marco intocado del bipartidismo, cada uno de los candidatos representaba, respecto del año 2012, la derechización extrema de sus respectivas organizaciones, con la diferencia de que, mientras Clinton había cerrado toda apertura por la izquierda y representaba a las élites blancas y al establishment capitalista, Trump representaba un paradójico -dice muy bien Amador Fernández-Savater– “elitismo anti-elitista, un sistema anti-sistema y un capitalismo anti-capitalista”. Mientras el votante de izquierdas se quedaba sin representación o derechizaba su voto como mal menor, el votante republicano se radicalizaba y hasta giraba hacia la izquierda votando una propuesta que combinaba ataques a los ganglios económicos y simbólicos del sistema con una reivindicación orgullosa de la cultura material de los blancos más pobres, despreciada por los demócratas. Sólo Bernie Sanders, el candidato demócrata derrotado en primarias, se ha mostrado plenamente consciente de este doble frente -social y cultural- como lo demuestra su comunicado del pasado miércoles, en el que escribe que “en la medida en que Trump esté dispuesto a tomar medidas políticas en favor de las familias trabajadoras de este país, yo y otros progresistas estamos preparados para trabajar con él; en la medida en que defienda políticas racistas, sexistas, xenófobas y anti-ecológicas, nos tendrá vigorosamente en contra”.
¿Quién es el último responsable de la victoria de Trump? Hay motivos fundados para creer que, en el contexto descrito, sólo Sanders podía haber presentado verdaderamente batalla con alguna garantía de éxito. Y que son los liberales blancos del partido demócrata -no menos racistas, por cierto, y más clasistas- los que, entre Sanders y Trump, han preferido al chiflado, autoritario, machista y xenófobo candidato republicano. La citada Arlie Rusell Hochschild es tajante sobre la responsabilidad de los dirigentes progresistas: “El Partido Demócrata, el partido de los trabajadores, se está desangrando. La gente trabajadora abandona el partido en masa, haciendo que sea la izquierda la que se convierte en extranjera en su propia tierra. [Los votantes de Trump] no son en absoluto deplorables, como declaró Clinton. Son sus aliados naturales. Muchos sienten simpatía por Bernie Sanders, a quien llaman, con afecto, “tío Bernie”. De hecho ya estamos de acuerdo en muchas cosas. La pelota está en el tejado de los demócratas. El error es suyo: han abandonado a la clase trabajadora”.
Esta “opción por el mal mayor” de los partidos “demócratas”, que ya hemos visto otras veces antes a lo largo de la historia, es un fenómeno común que hoy se extiende por Europa. ¿Por qué gana terreno Le Pen en Francia mientras el PSF se desploma? ¿Por qué gana el Brexit en Inglaterra? ¿Por qué la socialdemocracia se disuelve como un azucarillo mientras avanza irresistible la ultraderecha? Más allá o más acá de una izquierda autocomplacida en la derrota y desamarrada de la “cultura de los pobres”, la culpa es de unos partidos, unos intelectuales y unos medios de comunicación que abren camino a todos los Trump del continente cerrando el paso a quienes podrían frenarlos. Lo explica muy bien el conocido sociólogo italiano Marco d’Eramo: “nunca habrá un plan B si sigue prevaleciendo el relato según el cual toda forma de disidencia, de descontento popular y de voluntad de cambio es catalogada bajo el sello de “populista”. [En EEUU] la partida estaba ya jugada desde el momento en que los gestores de la opinión pública habían equiparado a Sanders y a Trump bajo la etiqueta “populista”, olvidando que la distancia entre los dos es intergaláctica: uno quería el servicio sanitario nacional, el otro quería suprimir el Obama Care; uno quería imponer tasas a los bancos, el otro abolir los impuestos, uno reducir los gastos militares y el otro construir un muro en la frontera de México”. Uno, añadiría yo, quería recuperar y profundizar la democracia; el otro sacrificarla a un proyecto ideológico autoritario, discriminatorio y medieval.
Nuestros políticos y periodistas mainstream optan una vez más por “el mal mayor”. El caso de España es ejemplar. Es el único país de Europa donde existe una alternativa pujante a la ultraderecha; el único país donde el malestar frente a la crisis y la clase política ha adoptado una forma democrática; el único país donde puede apoyarse institucionalmente un dique europeo frente al fascismo. Ayer en estas mismas páginas Carlos Fernández Liria escribía un magnífico artículo en el que recordaba lo que representan Podemos y las fuerzas del cambio, así como la responsabilidad de nuestros medios de comunicación (y nuestros opinadores) en su debilitamiento y criminalización. Cada vez que se califica a Podemos de “populista”, equiparando a Pablo Iglesias con Trump o Le Pen, se toma en realidad partido por Trump o Le Pen -se trabaja en favor de un Trump o un Le Pen- y ello frente al único proyecto factible que, con todos sus errores y hasta sus miserias, no sólo está evitando el trumpismo y el lepenismo en España sino que se toma en serio la democracia, los derechos humanos y el Estado de Derecho.
La sola polarización real que existe hoy en el mundo -muerto el comunismo histórico- es la que existe entre democracia plena y dictadura(s), entre civilización y barbarie, entre derecho(s) e intemperie. El caso de EEUU debería enseñarnos lo que ocurre cuando las élites abandonan a los pueblos y desplazan a un Sanders en favor de una Clinton: que los Clinton y sus partidarios, con la democracia que no han querido defender, son devorados por el fascismo.
(*) Santiago Alba Rico es filósofo y columnista.
Fuente: https://www.cuartopoder.es/tribuna/2016/11/11/trump-el-preferido-de-clinton/9290
Cuarto Poder
Es difícil añadir nada nuevo a algunos de los excelentes análisis que desde la izquierda se vienen haciendo estos días en torno al triunfo de Trump en las elecciones estadounidenses del pasado martes; nada, desde luego, al marco interpretativo general, orientado a tratar de entender -y no a despreciar- los motivos del votante republicano. Me gustaría sólo recordar algunos datos muy elementales para desplazar la mirada hacia arriba, lejos de las urnas, en dirección al lugar que ocupan los candidatos, ese lugar donde -en EEUU y en Europa- se están produciendo los verdaderos cambios.
Recordemos, por ejemplo, que el 37% del ya reducido censo electoral estadounidense no ha votado.
Que Trump ha ganado el voto electoral pero no el popular; es decir, que va a ser presidente de los EEUU con menos votos que su rival.
Que Trump ha obtenido menos votos que otros candidatos republicanos derrotados en comicios anteriores. Pensemos, por ejemplo, en los casos de McCaine en 2008 y de Romney en 2012.
Que la mayor parte de los votantes ha votado a uno de los dos partidos tradicionales en un país donde sólo formalmente es posible llegar a la Casa Blanca desde fuera del bipartidismo centenario dominante. Que Trump era, por tanto, el candidato de los republicanos como Clinton la candidata de los demócratas y que gran parte del voto estadounidense va rutinariamente destinado a una de las dos marcas, con independencia de quién las represente.
Que no es cierto -o no del todo- que el voto a Trump refleje una “revuelta de los pobres”. Según las estadísticas, del 17% de votantes cuyos ingresos son inferiores a 30.000 dólares, el 53% habría votado a Clinton y sólo el 41% a Trump; una distribución muy parecida se registra en la franja de población (19%) con ingresos inferiores a 50.000 dólares. Trump gana precisamente en todos los tramos económicos superiores, donde el resultado, por lo demás, es muy equilibrado. Gana también entre los blancos, hombres y mujeres (63% y 53% respectivamente), mientras pierde entre los no blancos, cuyas condiciones sociales son menos favorables (sólo han votado republicano un 12% de negros y un 35% de latinos, algunos más, en todo caso, que en las elecciones ganadas por Obama). Si hay una “revuelta” es la de los blancos trabajadores pobres de zonas rurales, “revuelta” que, más que autorizar una lectura tradicional de “clase”, expresa una fractura cultural no desdeñable -dirá la socióloga Arlie Rusell Hochschild– entre la derecha pobre estadounidense y el Estado del que depende. En un libro de título muy elocuente (Extranjeros en su propia tierra: ira y luto en la derecha americana) Hochschild describe con detalle la situación en Louisiana, donde los blancos más castigados por la crisis, beneficiarios de subsidios estatales, se sienten despreciados por las clases urbanas liberales, también blancas, que les habrían cortado el acceso al “sueño americano” (en favor de los negros o los latinos) y además condenarían sus relaciones familiares, sus creencias religiosas y hasta su forma de comer.
Digamos, por tanto, que la crisis, y la respuesta de los poderosos, ha agravado una fractura cultural ya existente que no ha afectado, sin embargo, al sistema de partidos ni a la distribución del voto. La lección que yo extraería de la victoria de Trump -y de la extensión del destropopulismo en el mundo entero- no es la de que los trabajadores y clases medias empobrecidas prefieren el fascismo; lo que se ha desplazado hacia la derecha no es el electorado sino los dirigentes y sus partidos. Podemos afirmar sin vacilaciones que en las elecciones del pasado martes, en el marco intocado del bipartidismo, cada uno de los candidatos representaba, respecto del año 2012, la derechización extrema de sus respectivas organizaciones, con la diferencia de que, mientras Clinton había cerrado toda apertura por la izquierda y representaba a las élites blancas y al establishment capitalista, Trump representaba un paradójico -dice muy bien Amador Fernández-Savater– “elitismo anti-elitista, un sistema anti-sistema y un capitalismo anti-capitalista”. Mientras el votante de izquierdas se quedaba sin representación o derechizaba su voto como mal menor, el votante republicano se radicalizaba y hasta giraba hacia la izquierda votando una propuesta que combinaba ataques a los ganglios económicos y simbólicos del sistema con una reivindicación orgullosa de la cultura material de los blancos más pobres, despreciada por los demócratas. Sólo Bernie Sanders, el candidato demócrata derrotado en primarias, se ha mostrado plenamente consciente de este doble frente -social y cultural- como lo demuestra su comunicado del pasado miércoles, en el que escribe que “en la medida en que Trump esté dispuesto a tomar medidas políticas en favor de las familias trabajadoras de este país, yo y otros progresistas estamos preparados para trabajar con él; en la medida en que defienda políticas racistas, sexistas, xenófobas y anti-ecológicas, nos tendrá vigorosamente en contra”.
¿Quién es el último responsable de la victoria de Trump? Hay motivos fundados para creer que, en el contexto descrito, sólo Sanders podía haber presentado verdaderamente batalla con alguna garantía de éxito. Y que son los liberales blancos del partido demócrata -no menos racistas, por cierto, y más clasistas- los que, entre Sanders y Trump, han preferido al chiflado, autoritario, machista y xenófobo candidato republicano. La citada Arlie Rusell Hochschild es tajante sobre la responsabilidad de los dirigentes progresistas: “El Partido Demócrata, el partido de los trabajadores, se está desangrando. La gente trabajadora abandona el partido en masa, haciendo que sea la izquierda la que se convierte en extranjera en su propia tierra. [Los votantes de Trump] no son en absoluto deplorables, como declaró Clinton. Son sus aliados naturales. Muchos sienten simpatía por Bernie Sanders, a quien llaman, con afecto, “tío Bernie”. De hecho ya estamos de acuerdo en muchas cosas. La pelota está en el tejado de los demócratas. El error es suyo: han abandonado a la clase trabajadora”.
Esta “opción por el mal mayor” de los partidos “demócratas”, que ya hemos visto otras veces antes a lo largo de la historia, es un fenómeno común que hoy se extiende por Europa. ¿Por qué gana terreno Le Pen en Francia mientras el PSF se desploma? ¿Por qué gana el Brexit en Inglaterra? ¿Por qué la socialdemocracia se disuelve como un azucarillo mientras avanza irresistible la ultraderecha? Más allá o más acá de una izquierda autocomplacida en la derrota y desamarrada de la “cultura de los pobres”, la culpa es de unos partidos, unos intelectuales y unos medios de comunicación que abren camino a todos los Trump del continente cerrando el paso a quienes podrían frenarlos. Lo explica muy bien el conocido sociólogo italiano Marco d’Eramo: “nunca habrá un plan B si sigue prevaleciendo el relato según el cual toda forma de disidencia, de descontento popular y de voluntad de cambio es catalogada bajo el sello de “populista”. [En EEUU] la partida estaba ya jugada desde el momento en que los gestores de la opinión pública habían equiparado a Sanders y a Trump bajo la etiqueta “populista”, olvidando que la distancia entre los dos es intergaláctica: uno quería el servicio sanitario nacional, el otro quería suprimir el Obama Care; uno quería imponer tasas a los bancos, el otro abolir los impuestos, uno reducir los gastos militares y el otro construir un muro en la frontera de México”. Uno, añadiría yo, quería recuperar y profundizar la democracia; el otro sacrificarla a un proyecto ideológico autoritario, discriminatorio y medieval.
Nuestros políticos y periodistas mainstream optan una vez más por “el mal mayor”. El caso de España es ejemplar. Es el único país de Europa donde existe una alternativa pujante a la ultraderecha; el único país donde el malestar frente a la crisis y la clase política ha adoptado una forma democrática; el único país donde puede apoyarse institucionalmente un dique europeo frente al fascismo. Ayer en estas mismas páginas Carlos Fernández Liria escribía un magnífico artículo en el que recordaba lo que representan Podemos y las fuerzas del cambio, así como la responsabilidad de nuestros medios de comunicación (y nuestros opinadores) en su debilitamiento y criminalización. Cada vez que se califica a Podemos de “populista”, equiparando a Pablo Iglesias con Trump o Le Pen, se toma en realidad partido por Trump o Le Pen -se trabaja en favor de un Trump o un Le Pen- y ello frente al único proyecto factible que, con todos sus errores y hasta sus miserias, no sólo está evitando el trumpismo y el lepenismo en España sino que se toma en serio la democracia, los derechos humanos y el Estado de Derecho.
La sola polarización real que existe hoy en el mundo -muerto el comunismo histórico- es la que existe entre democracia plena y dictadura(s), entre civilización y barbarie, entre derecho(s) e intemperie. El caso de EEUU debería enseñarnos lo que ocurre cuando las élites abandonan a los pueblos y desplazan a un Sanders en favor de una Clinton: que los Clinton y sus partidarios, con la democracia que no han querido defender, son devorados por el fascismo.
(*) Santiago Alba Rico es filósofo y columnista.
Fuente: https://www.cuartopoder.es/tribuna/2016/11/11/trump-el-preferido-de-clinton/9290
¿Por qué arrasó Daniel Ortega en las elecciones de Nicaragua?
Escrito por Anibal Garzón
Los datos oficiales de los resultados de las Elecciones Generales en Nicaragua no discreparon del pronóstico previo.
A diferencia de Estados Unidos. Daniel Ortega, como líder del Frente Sandinista, se impuso abrumadoramente en la primera vuelta con el 72,5% de los votos según el Consejo Supremo Electoral. Una victoria que no solamente hizo frente a otras 5 fuerzas políticas estatales sino a una campaña de boicot electoral, propagando la abstención, liderada por el Frente Amplio por la Democracia (FAD). La estrategia no cuajó y la participación fue del 68,2% del total de los 3,4 millones de votantes.
Por tercera vez consecutiva los Sandinistas continuarán gobernando. ¿Pero cuál es la razón de su hegemonía? ¿Por qué ha mantenido un apoyo popular masivo tras 10 años de gobierno? Desmontemos causas:
La primera causa hace referencia a los indicadores macroeconómicos. Según un informe estatal de "Unida Nicaragua Triunfa" el PIB creció en los últimos 10 años un promedio del 3,8% anual, y la CEPAL proyectó la ubicación de Nicaragua como el cuarto país latinoamericano que más crecerá en 2016. Crecimiento muy enfocado en sectores como construcción, turismo, y extracción de materias primas. Además, otro indicador, es la reducción de la deuda pública del 85,7% en 2006 al 48,1% en 2015. Datos que han enfrentado la crisis económica internacional de 2008 obteniendo incluso las felicitaciones del subdirector gerente del FMI, el chino Min Zhu, por su estabilidad nacional financiera.
El analizar los datos macroeconómicos únicamente, como hace el paradigma neoliberal, no nos da información sobre otra causa de suma importancia, el bienestar social. América Latina, tristemente y muchas veces por imposiciones externas, es experta históricamente en crecer en cifras económicas pero decrecer en cifras sociales aumentando exclusión, desigualdad y pobreza. Rompiendo con esa historia, la política económica intervencionista llevada a cabo por el gobierno sandinista con programas sociales como Hambre Cero, Plan Techo, Usura Cero, Merienda Escolar, Bono Productivo, o Casas para el Pueblo, ha hecho reducir la pobreza del 42,5% al 29,6%, y la pobreza extrema del 14,6% al 8,3%, según un estudio de Medición de Nivel de Vida en 2014 por el Instituto Nacional de Información al Desarrollo (Inide).
Todas estas políticas públicas que hacen frente a las secuelas del neoliberalismo de los años 90 han hecho que el consumo por parte del Estado enfocado en reducir la pobreza haya reactivado la economía nacional (aumentando el PIB mediante inversión pública) y paralelamente provocando un ascenso social por parte de capas populares (reducción de pobreza).
La disminución de la pobreza, y por ello de la exclusión social, gracias a políticas públicas del Gobierno también han tenido un buen impacto en la Seguridad Ciudadana. Nicaragua, según el Informe Regional de Desarrollo Humano 2013-2014 del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) titulado "Seguridad Ciudadana con Rostro Humano", es un modelo a seguir. Una realidad muy diferente a países vecinos, como Honduras, con altos índices de criminalidad. Justamente Nicaragua presume de la casi inexistente presencia de bandas criminales como las "Maras", afirmación que se complementa con los datos del Índice de Paz Global (GPI 2014) del Institute for Economics and Peace (IEP) que sitúan al país como el sexto más seguro de toda Latinoamérica.
Y la tercera causa es la independencia pragmática de Nicaragua en sus relaciones internacionales, una estrategia que legitima su modelo político y económico. En los años 80, durante el conflicto armado nacional de los "Contra" en plena Guerra Fría, Estados Unidos bajo el gobierno del republicano Ronald Reagan y usando sus satélites latinoamericanos violó militarmente la soberanía de Nicaragua para impedir el Desarrollo Nacional del proyecto Sandinista. Un proyecto socialista enfocado en establecer relaciones con el bando soviético.
Nicaragua, en un momento de hegemonía neoliberal y dictaduras militares en Latinoamérica, sólo disponía del apoyo de Cuba. En los 90, con la victoria electoral de la conservadora Violeta Chamorro, más por una población cansada de la guerra que por su proyecto económico de austeridad, el giro fue de 180 grados. Nicaragua se convertía en un satélite más de Estados Unidos aplicando las recetas neoliberales del Consenso de Washington.
Pero tras la vuelta al poder de Ortega en 2006, y bajo un creciente mundo multipolar y el nacimiento de gobiernos progresistas en Latinoamérica, su proyecto pragmático ha hecho mantener a Nicaragua en estructuras contradictorias. En entidades regionalistas vinculadas con Estados Unidos, como ser miembro del Sistema de Integración Latinoamericana y cumplir con el Tratado de Libre Comercio (TLC), pero a la vez insertarse en nuevos entes críticos con los TLCs, como el ALBA-TCP junto a Venezuela, Cuba, Bolivia o Ecuador, entre otros. Y traspasando los límites continentales Nicaragua se ha acercado a un nuevo gigante internacional, China.
Nicaragua y China firmaron un acuerdo económico histórico para construir la empresa asiática HKND Group un Canal que competirá con el de Canal Panamá en el comercio internacional Atlántico-Pacífico. Un proyecto multimillonario y de impacto geopolítico, que ha hecho renacer en la Casa Blanca el malestar hacia Ortega. Aún así, Estados Unidos sabe que el siglo XXI no son los 80 y China no es la Antigua URSS.
La contundente victoria de Ortega en las Elecciones no solamente ha tenido el impacto nacional en Nicaragua estabilizando la hegemonía del Sandinismo. Sino que, también ha sido una refutación a lo que algunos teóricos han llamado el "Fracaso Progresista" por la victoria de la derecha de Mauricio Macri contra el Kirchnerismo en Argentina, el avance de la derecha en Venezuela medido en las últimas elecciones legislativas, o la derrota de Evo Morales en su referéndum de reelección. Además, estrategias no democráticas como el Golpe de Estado en Brasil contra Dilma Rousseff.
Parte de 2015 y 2016 fue un punto de reflexión para los movimientos progresistas en América Latina tras estos déficits, pero la victoria de Nicaragua puede ser el punto para iniciar un nuevo superávit. Posiblemente alimentado de nueva dialéctica, entre Norte y Sur, como respuesta de nuevas estrategias de injerencia del Partido Republicano de los Estados Unidos en la Casa Blanca. Próxima parada Ecuador, febrero de 2017.
Escrito por Anibal Garzón. Analista Internacional
http://www.hispantv.com/noticias/opinion/314073/elecciones-nicaragua-victoria-daniel-ortega
Los datos oficiales de los resultados de las Elecciones Generales en Nicaragua no discreparon del pronóstico previo.
A diferencia de Estados Unidos. Daniel Ortega, como líder del Frente Sandinista, se impuso abrumadoramente en la primera vuelta con el 72,5% de los votos según el Consejo Supremo Electoral. Una victoria que no solamente hizo frente a otras 5 fuerzas políticas estatales sino a una campaña de boicot electoral, propagando la abstención, liderada por el Frente Amplio por la Democracia (FAD). La estrategia no cuajó y la participación fue del 68,2% del total de los 3,4 millones de votantes.
Por tercera vez consecutiva los Sandinistas continuarán gobernando. ¿Pero cuál es la razón de su hegemonía? ¿Por qué ha mantenido un apoyo popular masivo tras 10 años de gobierno? Desmontemos causas:
La primera causa hace referencia a los indicadores macroeconómicos. Según un informe estatal de "Unida Nicaragua Triunfa" el PIB creció en los últimos 10 años un promedio del 3,8% anual, y la CEPAL proyectó la ubicación de Nicaragua como el cuarto país latinoamericano que más crecerá en 2016. Crecimiento muy enfocado en sectores como construcción, turismo, y extracción de materias primas. Además, otro indicador, es la reducción de la deuda pública del 85,7% en 2006 al 48,1% en 2015. Datos que han enfrentado la crisis económica internacional de 2008 obteniendo incluso las felicitaciones del subdirector gerente del FMI, el chino Min Zhu, por su estabilidad nacional financiera.
El analizar los datos macroeconómicos únicamente, como hace el paradigma neoliberal, no nos da información sobre otra causa de suma importancia, el bienestar social. América Latina, tristemente y muchas veces por imposiciones externas, es experta históricamente en crecer en cifras económicas pero decrecer en cifras sociales aumentando exclusión, desigualdad y pobreza. Rompiendo con esa historia, la política económica intervencionista llevada a cabo por el gobierno sandinista con programas sociales como Hambre Cero, Plan Techo, Usura Cero, Merienda Escolar, Bono Productivo, o Casas para el Pueblo, ha hecho reducir la pobreza del 42,5% al 29,6%, y la pobreza extrema del 14,6% al 8,3%, según un estudio de Medición de Nivel de Vida en 2014 por el Instituto Nacional de Información al Desarrollo (Inide).
Todas estas políticas públicas que hacen frente a las secuelas del neoliberalismo de los años 90 han hecho que el consumo por parte del Estado enfocado en reducir la pobreza haya reactivado la economía nacional (aumentando el PIB mediante inversión pública) y paralelamente provocando un ascenso social por parte de capas populares (reducción de pobreza).
La disminución de la pobreza, y por ello de la exclusión social, gracias a políticas públicas del Gobierno también han tenido un buen impacto en la Seguridad Ciudadana. Nicaragua, según el Informe Regional de Desarrollo Humano 2013-2014 del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) titulado "Seguridad Ciudadana con Rostro Humano", es un modelo a seguir. Una realidad muy diferente a países vecinos, como Honduras, con altos índices de criminalidad. Justamente Nicaragua presume de la casi inexistente presencia de bandas criminales como las "Maras", afirmación que se complementa con los datos del Índice de Paz Global (GPI 2014) del Institute for Economics and Peace (IEP) que sitúan al país como el sexto más seguro de toda Latinoamérica.
Y la tercera causa es la independencia pragmática de Nicaragua en sus relaciones internacionales, una estrategia que legitima su modelo político y económico. En los años 80, durante el conflicto armado nacional de los "Contra" en plena Guerra Fría, Estados Unidos bajo el gobierno del republicano Ronald Reagan y usando sus satélites latinoamericanos violó militarmente la soberanía de Nicaragua para impedir el Desarrollo Nacional del proyecto Sandinista. Un proyecto socialista enfocado en establecer relaciones con el bando soviético.
Nicaragua, en un momento de hegemonía neoliberal y dictaduras militares en Latinoamérica, sólo disponía del apoyo de Cuba. En los 90, con la victoria electoral de la conservadora Violeta Chamorro, más por una población cansada de la guerra que por su proyecto económico de austeridad, el giro fue de 180 grados. Nicaragua se convertía en un satélite más de Estados Unidos aplicando las recetas neoliberales del Consenso de Washington.
Pero tras la vuelta al poder de Ortega en 2006, y bajo un creciente mundo multipolar y el nacimiento de gobiernos progresistas en Latinoamérica, su proyecto pragmático ha hecho mantener a Nicaragua en estructuras contradictorias. En entidades regionalistas vinculadas con Estados Unidos, como ser miembro del Sistema de Integración Latinoamericana y cumplir con el Tratado de Libre Comercio (TLC), pero a la vez insertarse en nuevos entes críticos con los TLCs, como el ALBA-TCP junto a Venezuela, Cuba, Bolivia o Ecuador, entre otros. Y traspasando los límites continentales Nicaragua se ha acercado a un nuevo gigante internacional, China.
Nicaragua y China firmaron un acuerdo económico histórico para construir la empresa asiática HKND Group un Canal que competirá con el de Canal Panamá en el comercio internacional Atlántico-Pacífico. Un proyecto multimillonario y de impacto geopolítico, que ha hecho renacer en la Casa Blanca el malestar hacia Ortega. Aún así, Estados Unidos sabe que el siglo XXI no son los 80 y China no es la Antigua URSS.
La contundente victoria de Ortega en las Elecciones no solamente ha tenido el impacto nacional en Nicaragua estabilizando la hegemonía del Sandinismo. Sino que, también ha sido una refutación a lo que algunos teóricos han llamado el "Fracaso Progresista" por la victoria de la derecha de Mauricio Macri contra el Kirchnerismo en Argentina, el avance de la derecha en Venezuela medido en las últimas elecciones legislativas, o la derrota de Evo Morales en su referéndum de reelección. Además, estrategias no democráticas como el Golpe de Estado en Brasil contra Dilma Rousseff.
Parte de 2015 y 2016 fue un punto de reflexión para los movimientos progresistas en América Latina tras estos déficits, pero la victoria de Nicaragua puede ser el punto para iniciar un nuevo superávit. Posiblemente alimentado de nueva dialéctica, entre Norte y Sur, como respuesta de nuevas estrategias de injerencia del Partido Republicano de los Estados Unidos en la Casa Blanca. Próxima parada Ecuador, febrero de 2017.
Escrito por Anibal Garzón. Analista Internacional
http://www.hispantv.com/noticias/opinion/314073/elecciones-nicaragua-victoria-daniel-ortega
¿Por qué arrasó Daniel Ortega en las elecciones de Nicaragua?
Escrito por Anibal Garzón
Los datos oficiales de los resultados de las Elecciones Generales en Nicaragua no discreparon del pronóstico previo.
A diferencia de Estados Unidos. Daniel Ortega, como líder del Frente Sandinista, se impuso abrumadoramente en la primera vuelta con el 72,5% de los votos según el Consejo Supremo Electoral. Una victoria que no solamente hizo frente a otras 5 fuerzas políticas estatales sino a una campaña de boicot electoral, propagando la abstención, liderada por el Frente Amplio por la Democracia (FAD). La estrategia no cuajó y la participación fue del 68,2% del total de los 3,4 millones de votantes.
Por tercera vez consecutiva los Sandinistas continuarán gobernando. ¿Pero cuál es la razón de su hegemonía? ¿Por qué ha mantenido un apoyo popular masivo tras 10 años de gobierno? Desmontemos causas:
La primera causa hace referencia a los indicadores macroeconómicos. Según un informe estatal de "Unida Nicaragua Triunfa" el PIB creció en los últimos 10 años un promedio del 3,8% anual, y la CEPAL proyectó la ubicación de Nicaragua como el cuarto país latinoamericano que más crecerá en 2016. Crecimiento muy enfocado en sectores como construcción, turismo, y extracción de materias primas. Además, otro indicador, es la reducción de la deuda pública del 85,7% en 2006 al 48,1% en 2015. Datos que han enfrentado la crisis económica internacional de 2008 obteniendo incluso las felicitaciones del subdirector gerente del FMI, el chino Min Zhu, por su estabilidad nacional financiera.
El analizar los datos macroeconómicos únicamente, como hace el paradigma neoliberal, no nos da información sobre otra causa de suma importancia, el bienestar social. América Latina, tristemente y muchas veces por imposiciones externas, es experta históricamente en crecer en cifras económicas pero decrecer en cifras sociales aumentando exclusión, desigualdad y pobreza. Rompiendo con esa historia, la política económica intervencionista llevada a cabo por el gobierno sandinista con programas sociales como Hambre Cero, Plan Techo, Usura Cero, Merienda Escolar, Bono Productivo, o Casas para el Pueblo, ha hecho reducir la pobreza del 42,5% al 29,6%, y la pobreza extrema del 14,6% al 8,3%, según un estudio de Medición de Nivel de Vida en 2014 por el Instituto Nacional de Información al Desarrollo (Inide).
Todas estas políticas públicas que hacen frente a las secuelas del neoliberalismo de los años 90 han hecho que el consumo por parte del Estado enfocado en reducir la pobreza haya reactivado la economía nacional (aumentando el PIB mediante inversión pública) y paralelamente provocando un ascenso social por parte de capas populares (reducción de pobreza).
La disminución de la pobreza, y por ello de la exclusión social, gracias a políticas públicas del Gobierno también han tenido un buen impacto en la Seguridad Ciudadana. Nicaragua, según el Informe Regional de Desarrollo Humano 2013-2014 del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) titulado "Seguridad Ciudadana con Rostro Humano", es un modelo a seguir. Una realidad muy diferente a países vecinos, como Honduras, con altos índices de criminalidad. Justamente Nicaragua presume de la casi inexistente presencia de bandas criminales como las "Maras", afirmación que se complementa con los datos del Índice de Paz Global (GPI 2014) del Institute for Economics and Peace (IEP) que sitúan al país como el sexto más seguro de toda Latinoamérica.
Y la tercera causa es la independencia pragmática de Nicaragua en sus relaciones internacionales, una estrategia que legitima su modelo político y económico. En los años 80, durante el conflicto armado nacional de los "Contra" en plena Guerra Fría, Estados Unidos bajo el gobierno del republicano Ronald Reagan y usando sus satélites latinoamericanos violó militarmente la soberanía de Nicaragua para impedir el Desarrollo Nacional del proyecto Sandinista. Un proyecto socialista enfocado en establecer relaciones con el bando soviético.
Nicaragua, en un momento de hegemonía neoliberal y dictaduras militares en Latinoamérica, sólo disponía del apoyo de Cuba. En los 90, con la victoria electoral de la conservadora Violeta Chamorro, más por una población cansada de la guerra que por su proyecto económico de austeridad, el giro fue de 180 grados. Nicaragua se convertía en un satélite más de Estados Unidos aplicando las recetas neoliberales del Consenso de Washington.
Pero tras la vuelta al poder de Ortega en 2006, y bajo un creciente mundo multipolar y el nacimiento de gobiernos progresistas en Latinoamérica, su proyecto pragmático ha hecho mantener a Nicaragua en estructuras contradictorias. En entidades regionalistas vinculadas con Estados Unidos, como ser miembro del Sistema de Integración Latinoamericana y cumplir con el Tratado de Libre Comercio (TLC), pero a la vez insertarse en nuevos entes críticos con los TLCs, como el ALBA-TCP junto a Venezuela, Cuba, Bolivia o Ecuador, entre otros. Y traspasando los límites continentales Nicaragua se ha acercado a un nuevo gigante internacional, China.
Nicaragua y China firmaron un acuerdo económico histórico para construir la empresa asiática HKND Group un Canal que competirá con el de Canal Panamá en el comercio internacional Atlántico-Pacífico. Un proyecto multimillonario y de impacto geopolítico, que ha hecho renacer en la Casa Blanca el malestar hacia Ortega. Aún así, Estados Unidos sabe que el siglo XXI no son los 80 y China no es la Antigua URSS.
La contundente victoria de Ortega en las Elecciones no solamente ha tenido el impacto nacional en Nicaragua estabilizando la hegemonía del Sandinismo. Sino que, también ha sido una refutación a lo que algunos teóricos han llamado el "Fracaso Progresista" por la victoria de la derecha de Mauricio Macri contra el Kirchnerismo en Argentina, el avance de la derecha en Venezuela medido en las últimas elecciones legislativas, o la derrota de Evo Morales en su referéndum de reelección. Además, estrategias no democráticas como el Golpe de Estado en Brasil contra Dilma Rousseff.
Parte de 2015 y 2016 fue un punto de reflexión para los movimientos progresistas en América Latina tras estos déficits, pero la victoria de Nicaragua puede ser el punto para iniciar un nuevo superávit. Posiblemente alimentado de nueva dialéctica, entre Norte y Sur, como respuesta de nuevas estrategias de injerencia del Partido Republicano de los Estados Unidos en la Casa Blanca. Próxima parada Ecuador, febrero de 2017.
Escrito por Anibal Garzón. Analista Internacional
http://www.hispantv.com/noticias/opinion/314073/elecciones-nicaragua-victoria-daniel-ortega
Los datos oficiales de los resultados de las Elecciones Generales en Nicaragua no discreparon del pronóstico previo.
A diferencia de Estados Unidos. Daniel Ortega, como líder del Frente Sandinista, se impuso abrumadoramente en la primera vuelta con el 72,5% de los votos según el Consejo Supremo Electoral. Una victoria que no solamente hizo frente a otras 5 fuerzas políticas estatales sino a una campaña de boicot electoral, propagando la abstención, liderada por el Frente Amplio por la Democracia (FAD). La estrategia no cuajó y la participación fue del 68,2% del total de los 3,4 millones de votantes.
Por tercera vez consecutiva los Sandinistas continuarán gobernando. ¿Pero cuál es la razón de su hegemonía? ¿Por qué ha mantenido un apoyo popular masivo tras 10 años de gobierno? Desmontemos causas:
La primera causa hace referencia a los indicadores macroeconómicos. Según un informe estatal de "Unida Nicaragua Triunfa" el PIB creció en los últimos 10 años un promedio del 3,8% anual, y la CEPAL proyectó la ubicación de Nicaragua como el cuarto país latinoamericano que más crecerá en 2016. Crecimiento muy enfocado en sectores como construcción, turismo, y extracción de materias primas. Además, otro indicador, es la reducción de la deuda pública del 85,7% en 2006 al 48,1% en 2015. Datos que han enfrentado la crisis económica internacional de 2008 obteniendo incluso las felicitaciones del subdirector gerente del FMI, el chino Min Zhu, por su estabilidad nacional financiera.
El analizar los datos macroeconómicos únicamente, como hace el paradigma neoliberal, no nos da información sobre otra causa de suma importancia, el bienestar social. América Latina, tristemente y muchas veces por imposiciones externas, es experta históricamente en crecer en cifras económicas pero decrecer en cifras sociales aumentando exclusión, desigualdad y pobreza. Rompiendo con esa historia, la política económica intervencionista llevada a cabo por el gobierno sandinista con programas sociales como Hambre Cero, Plan Techo, Usura Cero, Merienda Escolar, Bono Productivo, o Casas para el Pueblo, ha hecho reducir la pobreza del 42,5% al 29,6%, y la pobreza extrema del 14,6% al 8,3%, según un estudio de Medición de Nivel de Vida en 2014 por el Instituto Nacional de Información al Desarrollo (Inide).
Todas estas políticas públicas que hacen frente a las secuelas del neoliberalismo de los años 90 han hecho que el consumo por parte del Estado enfocado en reducir la pobreza haya reactivado la economía nacional (aumentando el PIB mediante inversión pública) y paralelamente provocando un ascenso social por parte de capas populares (reducción de pobreza).
La disminución de la pobreza, y por ello de la exclusión social, gracias a políticas públicas del Gobierno también han tenido un buen impacto en la Seguridad Ciudadana. Nicaragua, según el Informe Regional de Desarrollo Humano 2013-2014 del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) titulado "Seguridad Ciudadana con Rostro Humano", es un modelo a seguir. Una realidad muy diferente a países vecinos, como Honduras, con altos índices de criminalidad. Justamente Nicaragua presume de la casi inexistente presencia de bandas criminales como las "Maras", afirmación que se complementa con los datos del Índice de Paz Global (GPI 2014) del Institute for Economics and Peace (IEP) que sitúan al país como el sexto más seguro de toda Latinoamérica.
Y la tercera causa es la independencia pragmática de Nicaragua en sus relaciones internacionales, una estrategia que legitima su modelo político y económico. En los años 80, durante el conflicto armado nacional de los "Contra" en plena Guerra Fría, Estados Unidos bajo el gobierno del republicano Ronald Reagan y usando sus satélites latinoamericanos violó militarmente la soberanía de Nicaragua para impedir el Desarrollo Nacional del proyecto Sandinista. Un proyecto socialista enfocado en establecer relaciones con el bando soviético.
Nicaragua, en un momento de hegemonía neoliberal y dictaduras militares en Latinoamérica, sólo disponía del apoyo de Cuba. En los 90, con la victoria electoral de la conservadora Violeta Chamorro, más por una población cansada de la guerra que por su proyecto económico de austeridad, el giro fue de 180 grados. Nicaragua se convertía en un satélite más de Estados Unidos aplicando las recetas neoliberales del Consenso de Washington.
Pero tras la vuelta al poder de Ortega en 2006, y bajo un creciente mundo multipolar y el nacimiento de gobiernos progresistas en Latinoamérica, su proyecto pragmático ha hecho mantener a Nicaragua en estructuras contradictorias. En entidades regionalistas vinculadas con Estados Unidos, como ser miembro del Sistema de Integración Latinoamericana y cumplir con el Tratado de Libre Comercio (TLC), pero a la vez insertarse en nuevos entes críticos con los TLCs, como el ALBA-TCP junto a Venezuela, Cuba, Bolivia o Ecuador, entre otros. Y traspasando los límites continentales Nicaragua se ha acercado a un nuevo gigante internacional, China.
Nicaragua y China firmaron un acuerdo económico histórico para construir la empresa asiática HKND Group un Canal que competirá con el de Canal Panamá en el comercio internacional Atlántico-Pacífico. Un proyecto multimillonario y de impacto geopolítico, que ha hecho renacer en la Casa Blanca el malestar hacia Ortega. Aún así, Estados Unidos sabe que el siglo XXI no son los 80 y China no es la Antigua URSS.
La contundente victoria de Ortega en las Elecciones no solamente ha tenido el impacto nacional en Nicaragua estabilizando la hegemonía del Sandinismo. Sino que, también ha sido una refutación a lo que algunos teóricos han llamado el "Fracaso Progresista" por la victoria de la derecha de Mauricio Macri contra el Kirchnerismo en Argentina, el avance de la derecha en Venezuela medido en las últimas elecciones legislativas, o la derrota de Evo Morales en su referéndum de reelección. Además, estrategias no democráticas como el Golpe de Estado en Brasil contra Dilma Rousseff.
Parte de 2015 y 2016 fue un punto de reflexión para los movimientos progresistas en América Latina tras estos déficits, pero la victoria de Nicaragua puede ser el punto para iniciar un nuevo superávit. Posiblemente alimentado de nueva dialéctica, entre Norte y Sur, como respuesta de nuevas estrategias de injerencia del Partido Republicano de los Estados Unidos en la Casa Blanca. Próxima parada Ecuador, febrero de 2017.
Escrito por Anibal Garzón. Analista Internacional
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